“Escúchame sin juzgarme”: cómo ayudar a jóvenes que luchan contra trastornos alimentarios

Cada vez más jóvenes se ven atrapados por una relación insana con la comida y su imagen corporal. En Bolivia, si bien no existen estadísticas oficiales recientes sobre trastornos alimentarios (TCA), los casos atendidos en consultorios psicológicos y médicos están en aumento.
Detrás de cada adolescente que deja de comer, que esconde comida o que se obliga a vomitar, hay una historia silenciosa de dolor, inseguridad y lucha interna. Los trastornos alimentarios como la anorexia, la bulimia o el trastorno por atracón no son caprichos, ni modas pasajeras, son enfermedades mentales graves que requieren atención urgente. Frente a este problema creciente, la clave está en escuchar, comprender y actuar desde casa, la escuela y los servicios de salud.
Cada vez más jóvenes se ven atrapados por una relación insana con la comida y su imagen corporal. En Bolivia, si bien no existen estadísticas oficiales recientes sobre trastornos alimentarios (TCA), los casos atendidos en consultorios psicológicos y médicos están en aumento. Tatiana Montoya, psicóloga y docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, señala que este tipo de trastornos comienzan a aparecer, en la mayoría de los casos, desde los 14 años en adelante, aunque algunos signos pueden presentarse incluso antes.
“Un trastorno alimentario es una alteración grave de la conducta de la ingesta alimentaria. Puede originarse a nivel genético, biológico, social, personal o cultural. Si la madre ha sufrido este trastorno, hay una probabilidad mayor de que una hija también lo desarrolle”, afirma Montoya.
Los trastornos de la conducta alimentaria afectan, principalmente, a adolescentes y jóvenes, siendo más prevalentes entre mujeres. Y aunque existen diferentes tipos, todos comparten un denominador común: una relación disfuncional con el cuerpo y la comida, que suele estar atravesada por sentimientos de vergüenza, ansiedad y baja autoestima.
Los signos de alarma son variados, pero reconocibles. Cambios drásticos en el peso, obsesión por el conteo calórico, rechazo a compartir comidas, ejercicio físico excesivo o una imagen corporal distorsionada deben poner en alerta a padres, maestros y amigos. Una detección temprana puede marcar la diferencia entre una recuperación posible o una lucha prolongada.
Un estudio publicado por Scielo Chile sostiene que identificar el trastorno dentro de los seis primeros meses desde la aparición de síntomas puede aumentar hasta en un 30% la tasa de recuperación satisfactoria y reducir las complicaciones médicas en un 25%.
“Estas alteraciones pueden llevar a consecuencias muy graves, incluso la muerte por desnutrición o fallas multiorgánicas. La anorexia y la bulimia, en sus fases más restrictivas, son especialmente peligrosas”, advierte la académica de Unifranz.
¿Cómo combatir los trastornos alimenticios en jóvenes?
- Educación y hábitos saludables desde la infancia
La prevención comienza en casa y en las aulas. Enseñar a comer con conciencia, establecer horarios regulares de alimentación, promover el respeto por la diversidad corporal y generar espacios de conversación sobre nutrición, sin juicios, es clave para formar una relación saludable con la comida.
- Fomentar una imagen corporal positiva y autoestima
Comentarios aparentemente inofensivos como “te ves más gordita” o “deberías bajar unos kilos” pueden ser el detonante de un TCA en personas emocionalmente vulnerables. La aceptación corporal y el fortalecimiento de la autoestima deben ser parte de la educación emocional de niños y adolescentes.
- Intervención familiar activa y amorosa
El hogar es el primer lugar donde se construyen creencias sobre el cuerpo y la alimentación. Comer en familia, sin distracciones, y hablar abiertamente sobre emociones, ayuda a prevenir conductas alimentarias problemáticas.
“La familia debe involucrarse activamente en el tratamiento. No basta con llevar al adolescente al psicólogo, hay que participar, comprender y dejar de normalizar ciertas conductas de riesgo”, recomienda Montoya.
- Desactivar los ideales de belleza tóxicos en redes sociales
La exposición constante a cuerpos “perfectos” en Instagram o TikTok aumenta la presión estética en los jóvenes. Estudios recientes revelan que estas plataformas pueden incrementar los síntomas de TCA hasta en un 300%. Por ello, es urgente limitar el tiempo frente a estas aplicaciones, fomentar el pensamiento crítico sobre los contenidos que se consumen y mostrar referentes diversos y reales.
- Educación emocional: el corazón de la prevención
Aprender a identificar y expresar emociones, gestionar el estrés y establecer límites sanos es tan importante como saber leer o escribir. La educación emocional en las escuelas debe ser una prioridad para formar jóvenes más seguros, empáticos y resilientes.
El silencio también duele
Muchos jóvenes que atraviesan un trastorno alimenticio no buscan ayuda por miedo al rechazo o por sentir que su problema “no es tan grave”. Esta invisibilidad prolonga el sufrimiento y retrasa la recuperación. Es fundamental derribar el estigma.
Debemos dejar de minimizar estas situaciones con frases como ‘es sólo una etapa’ o ‘ya se le pasará’. Necesitamos una mirada más humana, que escuche sin juzgar y que actúe con amor”, expresa la psicóloga.
El abordaje debe ser interdisciplinario
Los TCA no se curan con fuerza de voluntad ni con una sola consulta. El tratamiento debe integrar a psicólogos, médicos, nutricionistas, psiquiatras, fisioterapeutas y neurólogos especializados.
“No se trata solo de recuperar peso, sino de sanar la relación con el cuerpo, la comida y las emociones. Por eso, el trabajo debe ser multi e interdisciplinario”, subraya Montoya.
¿Qué puede hacer un padre o madre hoy?
Observar sin invadir.
Escuchar sin juzgar.
Validar emociones.
Fomentar el diálogo.
Buscar ayuda profesional a tiempo.
Combatir los trastornos alimenticios en jóvenes es una tarea de toda la sociedad. Implica cambiar paradigmas, construir vínculos más saludables y ofrecer contención sin condiciones. Porque detrás de cada síntoma, hay una voz que grita: “mírame, ayúdame, no me dejes sola”.


